El aborto en el túnel
del tiempo
José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad
A finales de 1978, en
Valencia, una amiga me contó que pertenecía a un grupo que hacia abortos
clandestinos para luchar por su legalización y me pidió prestado el piso para
hacer los que tenían concertados para esa tarde. Accedí porque no encontré
ningún motivo para negarme, sin imaginar que ese acto de solidaridad me iba a
cambiar la vida.
Esa tarde conocí a un
grupo de mujeres valencianas, andaluzas y gallegas, asustadas y dispuestas a
enfrentarse a lo desconocido con tal de interrumpir un embarazo no deseado para
retomar una vida que se había visto absolutamente alterada por la noticia de su
gestación.
Las chicas que practicaban los abortos, sorprendidas
por mi habilidad para ayudar a estar relajadas a las mujeres que esperaban
turno para ser intervenidas, me ofrecieron ver un aborto y me propusieron
integrarme en su grupo, a lo que accedí porque planteaban una batalla para
ampliar las libertades en la que valía la pena participar.
En el largo año que
duró mi experiencia, interrumpida en Sevilla por la policía, que acabo en
juicio, condena e indulto, conocí a más de mil mujeres de todas las edades,
ideologías, nivel económico o cultural, y provincias españolas.
La mayoría confesaba
estar en contra del aborto hasta que su embarazo venciera sus resistencias,
cada mujer tenía unos motivos para abortar, pero siempre eran lo bastante
poderosos como para que cada una de ellas estuviera dispuesta a arriesgar su
libertad y su vida. Podían ser condenadas con seis años de cárcel y la imagen
que tenían del aborto clandestino era realmente truculenta.
Unas abortaban porque
no querían ser madres en ese momento y otras porque no "podían" serlo.
Estas últimas hubieran llevado a término sus embarazos de contar con el
respaldo necesario. Social o de sus parejas.
Recién legalizada la
anticoncepción su uso era aún minoritario, en casi todas las familias había
algún hijo del doctor Ogino y la manida
promesa masculina del "confía en mí cariño que yo controlo"
demostraba ser de una fiabilidad muy limitada.
La práctica totalidad
de los embarazos eran el resultado de eyaculaciones irresponsables en
relaciones sexuales físicamente satisfactorias para los hombres y solo ocasionalmente
para las mujeres, que no obstante siempre cargaban con las consecuencias. Esta
constatación nos llevo a defender la difusión y uso de la anticoncepción y
promover una educación sexual igualitaria que cuestionase el modelo sexual
dominante.
Una educación sexual
que me llevo a cuestionar la pobreza de la sexualidad masculina, que oscila
entre el placer y el dar la talla, y esta a cuestionar los modelos masculinos
tradicionales, es decir el machismo y sus manifestaciones.
A principios de los
años 80, en una reunión de clínicas de abortos estimábamos en unos cien mil el
número de los que se practicaban en España (la Fiscalía hablaba de
300.000) una cantidad que ha ido saliendo a la luz con la legalidad y creciendo
al ritmo de la población. La legalización disipó las tinieblas de la
clandestinidad, el riesgo para la salud de las mujeres y la indefensión de
quienes los practican, pero no ha logrado un descenso significativo de los
mismos porque no se ha avanzado nada en la educación sexual.
Hoy, cuando parecía
que las mujeres habían consolidado su derecho al voto, el acceso a la
educación, al mercado de trabajo y al control de la natalidad, la victoria del
PP nos recuerda que todas las conquistas son reversibles, y en el caso del
aborto nos obliga a desempolvar viejos argumentos: que la legalización no recomienda
ni obliga, que el derecho de los fecundadores a opinar no puede prevalecer
sobre el de las embarazadas, que si los hombres parieran el aborto sería legal,
que se cuestiona la capacidad de decisión de las mujeres porque se las quiere
mantener a ellas y a sus cuerpos bajo control, que si ellas son las que pueden
parir ellas suyo es el derecho a decidir.
Indigna que se
opongan al aborto las mismas personas que se oponen a la educación sexual, al
control de la natalidad, a los servicios sociales y las que exigen a las
mujeres anteponer el cuidado de sus hijos o familiares dependientes a su
desarrollo personal en lugar de exigir a sus parejas corresponsabilidad en lo
Doméstico.
Gallardón promete que
ninguna mujer ira a la cárcel por abortar, lo mismo que decía el PSOE de
principios de los 80, pero entonces eso significaba un avance y hoy es un serio
retroceso.
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